MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA ESTA NAVIDAD:
Cuando oigamos hablar del nacimiento de Cristo,
guardemos silencio y dejemos que ese Niño
nos hable; grabemos en nuestro corazón sus
palabras sin apartar la mirada de su rostro.
Si lo tomamos en brazos y dejamos que nos
abrace, nos dará la paz del corazón que no
conoce ocaso..
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"En una sociedad frecuentemente ebria de consumo
y de placeres, de abundancia y de lujo, de
apariencia y de narcisismo, Él nos llama
a tener un comportamiento sobrio, es decir,
sencillo, equilibrado, lineal, capaz de entender
y vivir lo que es importante... Ante una
cultura de la indiferencia, que con frecuencia
termina por ser despiadada, nuestro estilo
de vida ha de estar lleno de piedad, de empatía,
de compasión, de misericordia, que extraemos
cada día del pozo de la oración". |
- FRANCISCO / CIUDAD DEL
VATICANO, DIC 2015
(VIS)
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"El gozo y la alegría nos aseguran que el
mensaje contenido en el misterio de esta
noche viene verdaderamente de Dios. No hay
lugar para la duda; dejémosla a los escépticos
que, interrogando sólo a la razón, no encuentran
nunca la verdad. No hay sitio para la indiferencia,
que se apodera del corazón de quien no sabe
querer, porque tiene miedo de perder algo.
La tristeza es arrojada fuera, porque el
Niño Jesús es el verdadero consolador del
corazón”.
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" n esta noche brilla una «luz grande» (Is 9,1); sobre nosotros resplandece la
luz del nacimiento de Jesús. Qué actuales
y ciertas son las palabras del profeta Isaías,
que acabamos de escuchar:
«Acreciste la alegría, aumentaste el gozo»
(Is 9,2).
Nuestro corazón estaba ya lleno de alegría
mientras esperaba este momento; ahora, ese
sentimiento se ha incrementado hasta rebosar,
porque la promesa se ha cumplido, por fin
se ha realizado. El gozo y la alegría nos
aseguran que el mensaje contenido en el misterio
de esta noche viene verdaderamente de Dios.
No hay lugar para la duda; dejémosla a los
escépticos que, interrogando sólo a la razón, no encuentran
nunca la verdad. No hay sitio para la indiferencia,
que se apodera del corazón de quien no sabe
querer, porque tiene miedo de perder algo.
La tristeza es arrojada fuera, porque el
Niño Jesús es el verdadero consolador del
corazón.
Hoy ha nacido el Hijo de Dios: todo cambia.
El Salvador del mundo viene a compartir nuestra
naturaleza humana, no estamos ya solos ni
abandonados. La Virgen nos ofrece a su Hijo
como principio de vida nueva. La luz verdadera
viene a iluminar nuestra existencia, recluida
con frecuencia bajo la sombra del pecado.
Hoy descubrimos nuevamente quiénes somos.
En esta noche se nos muestra claro el camino a seguir para alcanzar la meta. Ahora tiene
que cesar el miedo y el temor, porque la
luz nos señala el camino hacia Belén. No
podemos quedarnos inermes. No es justo que
estemos parados. Tenemos que ir y ver a nuestro
Salvador recostado en el pesebre. Este es
el motivo del gozo y la alegría: este Niño
«ha nacido para nosotros», «se nos ha dado»,
como anuncia Isaías (cf. 9,5). Al pueblo
que desde hace dos mil años recorre todos
los caminos del mundo, para que todos los
hombres compartan esta alegría, se le confía
la misión de dar a conocer al «Príncipe de
la paz» y ser entre las naciones su instrumento
eficaz.
Cuando oigamos hablar del nacimiento de Cristo,
guardemos silencio y dejemos que ese Niño
nos hable; grabemos en nuestro corazón sus
palabras sin apartar la mirada de su rostro.
Si lo tomamos en brazos y dejamos que nos
abrace, nos dará la paz del corazón que no
conoce ocaso.
Este Niño nos enseña lo que es verdaderamente importante en nuestra
vida. Nace en la pobreza del mundo, porque
no hay un puesto en la posada para Él y su
familia. Encuentra cobijo y amparo en un
establo y viene recostado en un pesebre de
animales. Y, sin embargo, de esta nada brota
la luz de la gloria de Dios. |
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Desde aquí, comienza para
los hombres de
corazón sencillo el camino
de la verdadera
liberación y del rescate
perpetuo. De este
Niño, que lleva grabados
en su rostro los
rasgos de la bondad, de
la misericordia y
del amor de Dios Padre,
brota para todos
nosotros sus discípulos,
como enseña el apóstol
Pablo, el compromiso de
«renunciar a la impiedad»
y a las riquezas del mundo,
para vivir una
vida «sobria, justa y piadosa»
(Tt 2,12).
En una sociedad frecuentemente ebria de consumo
y de placeres, de abundancia y de lujo, de apariencia
y de narcisismo, Él nos llama a tener un
comportamiento sobrio, es decir, sencillo,
equilibrado, lineal, capaz de entender y
vivir lo que es importante. En un mundo,
a menudo duro con el pecador e indulgente
con el pecado, es necesario cultivar un fuerte
sentido de la justicia, de la búsqueda y
el poner en práctica la voluntad de Dios.
Ante una cultura de la indiferencia, que
con frecuencia termina por ser despiadada,
nuestro estilo de vida ha de estar lleno
de piedad, de empatía, de compasión, de misericordia,
que extraemos cada día del pozo de la oración.
Que, al igual que el de
los pastores de Belén,
nuestros ojos se llenen
de asombro y maravilla
al contemplar en el Niño
Jesús al Hijo de
Dios. Y que, ante Él, brote
de nuestros corazones
la invocación: «Muéstranos,
Señor, tu misericordia
y danos tu salvación» (Sal
85,8).
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