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Pbro. Rufo Manuel Fernández (p. 2; volver a la p.1 )
El padre Rufo

por Sotero Figueroa

Obra: Ensayo biográfico,
Establecimiento Topográfico El Vapor,
Ponce, 1888




Antiguo Seminario Conciliar
San Ildefonso, calle Del Cristo,
Viejo San Juan, P.R.,
donde enseñó el Padre Rufo a los que luego fueron grandes próceres
de Puerto Rico.


* Lamentablemente el Gobierno ha permitido que el edificio sea vendido y probablemente convertido en un hotel, apartamentos privados, etc. en vez de hacer de él un "Museo de próceres puertorriqueños".

ODO EL ANTERIOR DOCUMENTO retrata fielmente la nobilísima alma de don Rufo. Su corazón, abierto á todas las empresas nobles y generosas, supo responder á las excitaciones del patriotismo, y luchó denodado por la independencia de su patria. En aquella sublime epopeya en que el pueblo español supo hacer retroceder á las, hasta entonces, invencibles huestes del Capitán del siglo, aprendió el memorable don Rufo á amar la libertad que tales milagros realizaba, y á odiar el despotismo, que sin duda hubiera matado la fe y el entusiasmo, á haber dejado sentir sú enervador influjo al posesionarse los franceses del suelo pátrio.

Nuestro don Rufo quiso ser militar, y habría dado días de gloria á la patria, si su corta talla no hubiese sido obstáculo á sus generosas aspiraciones. De ahí que, no pudiendo combatir con la espada á los enemigos de la patria, pensara en combatir con la cruz no sólo á los que él estimaba como enemigos de su religión sino á los que comerciaban con ésta, como los mercaderes á quienes Jesús arrojó del Templo: Fue un verdadero sacerdote de Cristo, que no alteró la doctrina evangélica, por servir á los poderes absolutos que el Bueno por excelencia derrocara al predicar su doctrina redentora, y llovieron sobre él las persecuciones.

Pero su ánimo entero no se rindió en la prueba; era fuerte contra todos sus gratuitos perseguidores porque ejercitaba la virtud, y de ahí la conclusión del documento que dejamos copiado. Arrostró con ánimo sereno la desgracia sin que su corazón flaqueara ni sus labios zahirieran á sus gratuitos perseguidores, y por eso al concluir su elocuente relación, dice: "no he sido purificado, ni lo he pretendido jamás."

Así hablan las conciencias rectas. Si no era culpable, ¿á qué pedir vindicaciones que no necesitaba?

Por fortuna para Puerto-Rico fué nombrado en 1832 Canónigo de la Iglesia Catedral de esta Isla, y ya en posesión de su cargo, libre de duelos y de fatigas, pudo dar rienda suelta á sus aficiones de preceptor y á la generosidad de sus sentimientos.

Ni su salud, quebrantada por los azares de época anterior, ni los pocos medios con que podía contar en esta Provincia para alcanzar copiosos frutos de las ciencias de aplicación por las que sentía decidido anhelo, fueron bastante para hacerlo retroceder en sus propósitos.


Seminario San Ildefonso

Grabado del siglo XIX del Seminario San Ildefonso en la calle del Cristo, Viejo San Juan.
Tuvo este pilar de la enseñanza púbica en Puerto Rico una Facultad de Teología y un Departamento de Segunda Enseñanza, en donde se impartían cátedras de latín, filosofía y teología. Entre otros, albergó como estudiantes a Román Baldorioty de Castro, José Julián Acosta, Manuel Alonso, Alejandro Tapia y Rivera, Eugenio María de Hostos, Federico Asenjo, José de Celis Aguilera, José Vizcarrondo Coronado, Cayetano Coll y Toste, Francisco del Valle Atiles José Severo Quiñones,
Tulio Larrinaga y José Celso Barbosa.


Así, apenas llegado á esta Isla, comenzó á servir, después de las horas anexas al desempeño de su sagrado ministerio, una Cátedra gratuita para enseñar la Sagrada Escritura, a la par que procuraba iniciar á la juventud portorriqueña en las ciencias experimentales, en aquella fecha vistas con desdén entre nosotros, y por algunos anatematizadas.

Entonces -dice nuestro respetable amigo el señor Alonso-
empezó para don Rufo una nueva lucha tenaz é implacable;
la de la virtud y la ciencia, contra la ignorancia engreida y el
ciego fanatismo político. Los jóvenes le buscaban porque
á su lado aprendían. ¡Esto era peligroso! ¿Ofrecía enseñar
en el Seminario, recientemente establecido, Física y Química,
y para ello regalaba un gabinete y un laboratorio. ¡Anathema!
¡anathéma! ¡Cómo un sacerdote! Estas ciencias no deben
enseñarse en un Seminario por más que, fuera de él, no
había en Puerto-Rico un establecimiento de segunda
enseñanza
.

Interrumpidos por sus males crónicos los servicios que empezaba á prestar á la enseñanza, á despecho del empirismo dogmático, los reanudó el año de 1836, con el viaje que hizo, con la venia real y á favor de esta Isla -la que recorrió y observó- por varios países extranjeros (Estados Unidos, Inglaterra y Francia) para adquirir noticias, gabinete y laboratorio, con cuyos medios y á sus expensas, instaló á su regreso, en el año de 1838, la enseñanza gratuita de Física y Química, asignatura que había explicado ya mucho antes en la Universidad de Galicia, y que no había querido aceptar en sus aulas el Seminario Conciliar.

En los doce años que sostuvo esta Institución físico-química, la mayor parte de ellos fué bajo los auspicios de la Sociedad Económica, que le hizo su Catedrático cuando le regaló el gabinete-laboratorio.

En todo este tiempo costeó el Padre Rufo, repetidas veces, remesas de instrumentos y utensilios venidos de Europa, y que cedió á la Sociedad Económica.

Además discurrió formar un núcleo para establecer una Biblioteca pública, y al efecto regaló á la expresada Sociedad una colección de obras científicas, cuyo digno ejemplo imitó el socio don Eduardo Micault.

En 8 de Noviembre de 1841, la repetida Sociedad Económica le honró con el título de socio de mérito, y el Gobierno Supremo con una satisfactoria acción de gracias. ¡Al cabo se le hacía justicia, y esta fué su mejor vindicación!

El Padre Rufo, siempre incansable por difundir la enseñanza secundaria, inició el proyecto de un Colegio Central que fué muy bien acogido por toda la Isla, y del que nos ocupamos extensamente al hablar del Conde de Mirasol.


Pasillo y puerta que daba a la capilla del Seminario y habitaciones de los seminaristas y estudiantes laicos en el siglo XIX.

Infatigable obrero de la instrucción, la prestó, siempre solícito y desinteresado, á un número considerable de discípulos, algunos de los cuales han desempeñado y desempeñan las profesiones de Farmacia y Medicina.

Fué el autor de diferentes Memorias presentadas á la Sociedad Económica, al Gobierno Supremo y al de la Isla sobre el planteamiento de las ciencias naturales, y el alma en fin de cuanto se llevó á cabo en pro de la instrucción desde su arribo á la Isla hasta su muerte.

Y no solamente en la enseñanza demostró su celo y generosidad el Padre Rufo: también en su ministerio sacerdotal dió pruebas de la generosidad de su carácter y de la intensidad con que amaba las prácticas religiosas.

El pagó de su peculio determinadas festividades religiosas; dejó unos 16 meses de su prebenda á favor de la Mesa Capitular ; construyó en la Catedral un nuevo Monumento, cuyo costo fué de $2,500; empleó más de $1,000 en levantar á plano la fachada posterior de la Catedral, el aposento de su entrada y parte del camino del atrio, además de que daba numerosas limosnas á los pobres que llegaban á su puerta.


Capilla del antiguo seminario decorada en 1858 por el italiano Giovanni Caballini. Fue estaurada en 1984 por el mexicano Alfonso Hinojosa pero descuidada y abandonada años después quedando en un estado de deterioro bochornoso, cayendo agua desde la cúpula y entrando aves en su interior, borrando sus pinturas y dañando su techo y paredes.
Así han parado ejemplos gloriosos del patrimonio del pueblo puertorriqueño.

La modestia y la humildad eran dos hermosas cualidades de su alma: gastaba poco en sí mismo; no pensaba en atesorar bienes terrenos, sino en recojer bendiciones, y por eso tenía para ayudar á los demás.

En fin, el Padre Rufo, como Sacerdote, como Maestro y como filántropo, dió pruebas del inmenso cariño que profesaba a éste país, y de que no era mera palabrería la doctrina evangélica que predicaba.


Después de penosa enfermedad, murió en el pueblo de Caguas el 8 de Agosto de 1855. Los funerales que le hicieron sus cariñosos discípulos Castro, Acosta, Aguayo y Alonso, fueron dignos de aquel que sólo bienes hizo á esta Provincia, y, como era consiguiente, recibió en cambio el agradecimiento de toda aquella generación, así como de la presente y de las venideras, que siempre debe recordar con veneración figura tan hermosa en nuestra modesta Historia.

Al depositar sus venerables restos en el panteón donde debían ocultarse para siempre, leyó el señor Acosta un sentido discurso, obra del ilustrado portorriqueño don Nicolás Aguayo, quien ya también reposa en la tumba.

La lira portorriqueña no ha dejado de pagar el tributo de su admiración á la memoria del Padre Rufo, y justo que en cuantas ocasiones se nos presenten, recordemos su nombre con intensa gratitud.

¡Honor eterno á su memoria!

Firma de Sotero Figueroa



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