El gobernador Teodoro Roosevelt, jr.

OMO EL RESTO de los gobernadores norteamericanos, fue designado a la Isla por el presidente de los Estados Unidos, en su caso Herbert Hoover, sin consultar al pueblo de Puerto Rico, sustituyendo al gobernador Horace M. Towner. No obstante, fue Roosevelt hijo el primer gobernador de más renombre y mejores relaciones influyentes con Washington D.C.

A su llegada, se encontró con un Puerto Rico devastado por el huracán San Felipe del 13 de septiembre de 1928, dejando a medio millón de puertorriqueños sin hogar y pérdidas ascendentes a $85 millones. El hambre y la pobreza cundía por todo el país, pese a tres décadas de dominio norteamericano.

Roosevelt hijo emprendió su encomienda con entusiasmo. Visitó todos los municipios y vio personalmente la necesidad de implementar nuevas leyes y proyectos en bienestar de los pequeños agricultores y la clase trabajadora, la salud y la educación.

Contrario a sus antecesores, el nuevo gobernador aceptó que no se podía gobernar con la arrogancia y superioridad racial y cultural anglosajona. Concluyó que los funcionarios norteamericanos debían aprender y hablar español.

Y que había que hacer algo respecto a las ganancias exorbitantes de los grandes latifundios absentistas norteamericanos que controlaban casi el 60% de nuestras tierras, en su mayoría con siembras de caña de azúcar. Al trabajador sólo se le pagaba $150 anuales, laborando de sol a sol, a la vez que no tenía más alternativa que comprar la comida y vestimenta importadas de los Estados Unidos, las más caras del mercado.

Mas, la política de los Estados Unidos era continuar con el tutelaje colonial sin realizar los cambios tajantes, coherentes e imperantes en la estructura económica y política de Puerto Rico.

Esta indecisión y filosofía de laissez-faire se reflejaba en los partidos políticos de la Isla y los pactos entre republicanos y socialistas en la Alianza, de poca duración, y el surgimiento del partido Unionista. Aún peor, provocaba el caos en la Asamblea legislativa y, por ende, afectaba la marcha de un buen gobierno.

El gobernador Teodoro Roosevelt jr., cansado de "las intrigas personalistas", buscó y obtuvo la gobernación de las Filipinas, pasando la batuta ejecutiva a James R. Beverly. Posteriormente, en carta dirigida a Beverly, Roosevelt se expresaba así de los puertorriqueños:

En 1944, el ex gobernador Roosevelt hijo fue el primer brigadier general en desembarcar en las playas de Normandía en la invasión contra la ocupación nazi en Francia (ver foto junto al general Patton). Mas, unas semanas después, moría de un infarto.

Y si los norteamericanos perdían la paciencia sin comprender la complejidad del puertorriqueño, éste en aquella época se veía en un camino sin salida, ante un Congreso estadounidense que ignoraba sus reclamos de dirigir, o al menos participar con más autoridad, en su destino político y económico.

Entonces, aparecieron activamente en la escena dos puertorriqueños que habían residido en los Estados Unidos, y que compartían el ideal de la independencia, respaldado por un gran sector de la población: Luis Muñoz Marín y Pedro Albizu Campos. Y los capítulos venideros de nuestra historia les serían aún más "irritantes" a los funcionarios norteamericanos de turno; mas ya no tan "cómicos" como le parecieron a Roosevelt.