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DIOS “¡HACE FIESTA!” CUANDO LO BUSCAMOS EN LA CONFESIÓN, DICE EL PAPA FRANCISCO

Con la iniciativa penitencial y el llamado del Papa a las “24 horas con el Señor”, para que nos acerquemos al sacramento de la reconciliación y de la Adoración Eucarística, el Papa Francisco se confesó en la Basílica de San Pedro.

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2014:

Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza

Cuaresma 2014: mensaje del Papa en pdf



Cuaresma: camino de conversión
Miércoles de ceniza: 17 de febrero
Ayuno: contener el propio yo
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Descripción del escudo y lema del Papa Francisco
Creación de la Ciudad del Vaticano
San Ignacio de Loyola: Alma de Cristo


Ciudad del Vaticano, marzo 2014.

ermanos y hermanas:

En el período de la Cuaresma la Iglesia, en nombre de Dios, renueva el llamamiento a la conversión. Es la llamada a cambiar de vida. Convertirse no es cuestión de un momento o de un período del año, es un empeño que dura toda la vida. ¿Quién de entre nosotros puede presumir que no es pecador? Nadie. Todos lo sabemos.

Escribe el apóstol Juan: “Si decimos: ‘No tenemos pecado’, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn 1, 8-9). Es lo que sucede también en esta celebración y en toda esta jornada penitencial. La Palabra de Dios que hemos escuchado nos introduce en dos elementos esenciales de la vida cristiana.


"...Jesús nos espera. Recibamos misericordia, y demos misericordia. ¡Salgamos a su encuentro! ¡Y celebraremos la Pascua en la alegría de Dios!".

El primero: Revestirnos del hombre nuevo. El hombre nuevo, “creado según Dios”, nace en el Bautismo, donde se recibe la vida misma de Dios, que nos hace sus hijos y nos incorpora a Cristo y a la Iglesia. Esta vida nueva permite ver la realidad con ojos diversos, sin estar distraídos por las cosas que no cuentan y no pueden durar por mucho tiempo, de las cosas que terminan con el tiempo.

Por esta razón estamos llamados a abandonar los comportamientos del pecado y fijar la mirada en lo esencial. Fijar la mirada en lo esencial de la vida. “El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene” (Gaudium et spes, 35). Fijar la mirada sobre la realidad esencial del hombre. He aquí la diferencia entre la vida deformada por el pecado y aquella iluminada por la gracia.



Del corazón del hombre renovado según Dios provienen los comportamientos buenos: hablar siempre con la verdad y evitar toda mentira; no robar, sino más bien compartir cuanto se posee con los demás, especialmente con quien tiene necesidad; no ceder a la ira, al rencor y a la venganza, sino ser mansos, magnánimos y dispuestos al perdón; no caer en la maledicencia que arruina la buena fama de las personas, sino mirar mayormente el lado positivo de cada uno. Y esto es revestirse del hombre nuevo, con estas actitudes nuevas.

El segundo elemento: Permanecer en el amor. El amor de Jesucristo dura para siempre, jamás tendrá fin, porque es la vida misma de Dios. Este amor vence el pecado y da la fuerza para volver a levantarse y recomenzar, porque con el perdón el corazón se renueva y rejuvenece. Todos lo sabemos:
Nuestro Padre jamás se cansa de amar y sus ojos no se amodorran al mirar el camino de casa, para ver si el hijo que se fue y se ha perdido regresa.

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Podemos hablar de la esperanza de Dios: nuestro Padre nos espera siempre. No sólo nos deja la puerta abierta: nos espera. Él está involucrado en esto, esperar a los hijos. Y este Padre no se cansa ni siquiera de amar al otro hijo que, aun permaneciendo siempre en casa con él, sin embargo no es partícipe de su misericordia, de su compasión.

Dios no sólo está en el origen del amor, sino que en Jesucristo nos llama a imitar su mismo de amar: “Como yo los he amado, así ámense también ustedes los unos a los otros”. En la medida en que los cristianos viven este amor, se convierten en el mundo en discípulos creíbles de Cristo. El amor no puede soportar permanecer encerrado en sí mismo. Por su misma naturaleza es abierto, se difunde y es fecundo, genera siempre nuevo amor.

Queridos hermanos y hermanas, después de esta celebración, muchos de ustedes se harán misioneros para proponer a otros la experiencia de la reconciliación con Dios. “24 horas por el Señor” es la iniciativa a la que han adherido tantas diócesis en todas partes del mundo. A cuantos encontrarán, podrán comunicar la alegría de recibir el perdón del Padre y de volver a encontrar la amistad plena con Él. Y díganles que nuestro Padre nos espera, nuestro Padre nos perdona, y es más: ¡Hace fiesta!

Si tú vienes con toda tu vida, con tantos pecados, Él en lugar de reprocharte, hace fiesta. Esto es nuestro Padre, y esto lo tienen que decir ustedes, decirlo a mucha gente, hoy. Quien experimenta la misericordia divina, se siente impulsado a hacerse artífice de misericordia entre los últimos y los pobres.

En estos “hermanos más pequeños” Jesús nos espera. Recibamos misericordia, y demos misericordia. ¡Salgamos a su encuentro! ¡Y celebraremos la Pascua en la alegría de Dios!
Biblia católica
La Biblia Católica
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No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele.

EL PAPA SE CONFIESA CADA 15 DÍAS. TODOS SOMOS PECADORES

"Hoy quiero hablar del perdón de los pecados, que forma parte de la ‘potestad de las llaves’ que Jesús dio a sus apóstoles”, dijo el papa Francisco ante miles de fieles, provenientes de distintas partes del mundo, que llenaban la Plaza de San Pedro.

“Antes que nada debemos recordar que el protagonista del perdón de los pecados es el Espíritu Santo... ¡Él es el protagonista! En su primera aparición a los apóstoles, en el Cenáculo, Jesús resucitado hizo el gesto de soplar sobre ellos diciendo:

Reciban el Espíritu Santo; a quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos”. Jesús, transfigurado en su cuerpo, es el hombre nuevo, que ofrece los dones pascuales fruto de su muerte y resurrección. ¿Cuáles son estos dones? La paz, la alegría, el perdón de los pecados, la misión; pero sobre todo da el Espíritu Santo que es la fuente de todo esto. Del Espíritu Santo vienen todos estos dones. El soplo de Jesús, acompañado por las palabras con las que comunica el Espíritu, indica la transmisión de la vida, la vida nueva regenerada por el perdón”.


“Pero antes de hacer este gesto de soplar y dar el Espíritu, Jesús muestra sus llagas, en las manos y en el costado: estas heridas representan el precio de nuestra salvación. El Espíritu Santo nos trae el perdón de Dios ‘pasando a través’ de las llagas de Jesús. Estas llagas que Él quiso conservar, incluso en este momento en el Cielo, Él le hace ver al Padre las llagas con las que nos ha rescatado. Por la fuerza de estas llagas nuestros pecados son perdonados, así Jesús dio su vida por nuestra paz, por nuestra alegría, por la gracia de nuestra alma, por el perdón de nuestros pecados y ¡esto es muy bello! Mirar a Jesús de esta manera”.

Y llegamos al segundo elemento: Jesús da a los apóstoles el poder de perdonar los pecados ¿Cómo es esto? Es un poco difícil de entender que un hombre pueda perdonar los pecados. Jesús da el poder. La Iglesia es depositaria del poder de las llaves. De abrir o cerrar, de perdonar. Dios perdona a todos los hombres en su soberana misericordia, pero Él mismo ha querido que todos los que pertenezcan a Cristo y a su Iglesia, reciban el perdón mediante los ministros de la comunidad. A través del ministerio apostólico, la misericordia de Dios me alcanza, mis culpas son perdonadas y se me da la alegría. De este modo, Jesús nos llama a vivir la reconciliación también en la dimensión eclesial, comunitaria. Y esto es muy bello. La Iglesia, que es santa y a la vez necesitada de penitencia, acompaña nuestro camino de conversión para toda la vida”.

“La Iglesia no es dueña del poder de las llaves, no es dueña, sino que es sierva del ministerio de la misericordia y se alegra de todas las veces que puede ofrecer este don divino. Muchas personas hoy no entienden la dimensión eclesial del perdón, porque domina siempre el individualismo, el subjetivismo, y también nosotros los cristianos nos resentimos. Cierto, Dios perdona a todos los pecadores arrepentidos, personalmente, pero el cristiano está vinculado a Cristo, y Cristo está unido a la Iglesia. Para nosotros los cristianos hay otro don además, y también una obligación más: pasar humildemente a través del ministerio eclesial. Y esto debemos valorarlo, es un don, también es una cura, una protección y también la seguridad de que Dios me ha perdonado”.

Yo voy al hermano sacerdote y digo: padre, he hecho esto; y él dice: “Yo te perdono y Dios te perdona”, y yo estoy seguro en este momento de que Dios me perdonó. ¡Esto es bello! Esto es tener la seguridad de lo que nosotros decimos siempre: Que Dios nos perdona siempre. No se cansa de perdonar. Nosotros no debemos cansarnos de ir a pedir perdón. “Pero Padre, a mí me da vergüenza ir a decir mis pecados…”. Mira, nuestras madres, nuestras abuelas decían que es “mejor rojo una vez que mil amarillo”. Te pones rojo una vez, te perdonan los pecados y… ¡adelante!”.

“Finalmente, un último punto: el sacerdote, instrumento para el perdón de los pecados. El perdón de Dios que se nos da en la Iglesia nos es transmitido por medio del ministerio de un hermano nuestro, el sacerdote; un hombre, que como nosotros necesita misericordia, se convierte verdaderamente en instrumento de misericordia, dándonos el amor sin límites de Dios Padre. También los sacerdotes deben confesarse, también los obispos, todos somos pecadores. También el Papa se confiesa cada quince días, porque el Papa también es un pecador. El confesor escucha lo que le digo, me aconseja y me perdona. Todos necesitamos este perdón”.

A veces encontrás a alguno que prefiere confesarse directamente con Dios… Sí, como decía antes: Dios te escucha siempre, pero en el sacramento de la Reconciliación manda a un hermano a traerte el perdón, la seguridad del perdón en nombre de la Iglesia”.

“El servicio que el sacerdote presta como ministro, de parte de Dios, para perdonar los pecados es muy delicado, es un servicio muy delicado y exige que su corazón esté en paz, que el sacerdote tenga el corazón en paz, que no maltrate a los fieles, sino que sea humilde, benévolo y misericordioso; que sepa sembrar esperanza en los corazones y, sobre todo, sea consciente de que el hermano o la hermana que se acerca al sacramento de la Reconciliación busca el perdón y lo hace como se acercaban tantas personas a Jesús para que los curara. El sacerdote que no tenga esta disposición de espíritu es mejor que, hasta que se corrija, no administre este Sacramento. Los fieles penitentes tienen el deber, ¡no! Tienen el derecho, todos tenemos el derecho de encontrar en los sacerdotes servidores del perdón de Dios”.

Queridos hermanos, como miembros de la Iglesia, ¿somos conscientes de este don que nos ofrece Dios mismo? ¿Sentimos la alegría de este cuidado, de esta atención materna que la Iglesia tiene hacia nosotros? ¿Sabemos valorarla con sencillez y asiduidad?

No olvidemos que Dios no se cansa nunca de perdonarnos; mediante el ministerio del sacerdote, nos abraza en un nuevo abrazo que nos regenera y nos permite volvernos a levantar y volver a retomar de nuevo el camino. Porque esta es nuestra vida, levantarnos y retomar el camino”, concluyó el Pontífice.

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