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Apuntes históricos




LOS JUEGOS DE GALLOS Y LOS BAILES
EN EL PUERTO RICO DEL SIGLO XVIII


Historia Geográfica Civil y Natural de la
Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico: 1788
Fragmento

Datos del historiador fray Íñigo Abbad y Lasierra (s. XVIII)
Estado de la Isla de Puerto Rico en 1776

Población de Puerto Rico en el 1776, detallado por razas
Mapa de Puerto Rico de 1784


ON APASIONADOS por los juegos sedentarios; el de gallos es muy común en toda la América y más en esta Isla. No tiene rubor un hombre de obligaciones pasearlas calles, buscando quien quiera apostarlas con su gallo y aventura todo cuanto dinero tiene, fiado de la valentía del suyo. Los padres de familia se pasan el día en mitad de la plaza puestos de cuclillas, viéndolos reñir, sin manifestar alteración ni disgusto por haber perdido todo su dinero, siéndoles pérdida muy sensible que su gallo muera o salga herido de la pelea, como sucede regularmente, pues les atan a cada pie una lanceta bien afilada y saltando uno contra el otro se pasa y degüellan con ellas. El primero que cae muerto o huye del cerco pierde la riña y su dueño paga la apuesta, que suele ser considerable. No es menos el vicio que tienen por los juegos de envite en que se ejercitan mientras tienen que vender para jugar.



FRAY IÑIGO ABBAD
pintura por Francisco Oller - circa 1854-1856


LA DIVERSIÓN MÁS APRECIABLE PARA ESTOS ISLEÑOS son los bailes; los tiene sin más motivo que el de pasar el tiempo y rara vez falta en una casa otra. El que da el baile convida a sus camaradas, corre la voz por el territorio y acuden a centenares de todas partes aunque no sean llamado Como las casas son reducidas caben pocos; se quedan debajo de la casa en su circunferencia, y suben el rato que quieren bailar. Para dar principio al baile, los convidados se ponen al pie de la escalera con las sonajas, calabazo, maracas y algún guitarrillo; al Compás de estos instrumentos cantan una relación en honor de los dueños de la casa, que apropian a cual que sea. Cuando a éste le parece, se presenta al cabo de la escalera, da la bienvenida a los convidados y circunstantes y les insta a subir: entonces se abrazan y saludan como si hiciera muchos años que no se han visto. Las mujeres se sientan en banquillos y hamacas que tienen colgadas; los hombres se están en pie o se sientan de cuclillas sobre sus talones y los que no caben se quedan en el campo.
Salen a bailar de uno en uno o de dos en dos: cada uno convida a una mujer, la cual si no tiene chinelas, como sucede a las más, las pide prestadas a otra, sale con su sombrero y empieza a dar vueltas por la sala con un compás tan acelerado, que parece exhalación por toda ella. El hombre que baila está a un extremo, puesto su sombrero de medio lado, el sable cruzado a las espaldas, teniéndolo con las dos manos; no muda de sitio ni hace otra mudanza que subir y bajar los pies con mucha celeridad y fuerza si está sobre alguna tabla desenclavada, echa el resto de su habilidad que consiste en hacer todo el ruido posible para que la música ni cantares se oigan tanto como sus pies descalzos. Óleo de Epifanio Irizarry
Ilustración: óleo del pintor impresionista Epifanio Irizarry Jusino; Ponce, 1915-2001.

Cuando el que baila o alguno de los circunstantes quieren manifestar su cariño a la bailarina, se quita el sombrero y se lo pone a ella en la cabeza; algunas veces le ponen tantos, que no pudiendo sostenerlos, los lleva en las manos, y debajo del brazo; cuando se cansa de bailar, se retira con una cortesía, vuelve los sombreros a los que se los han puesto y cada uno le da medio real; a esto llaman dar la gala.
Si alguno quiere bailar con la mujer que está bailando con otro, necesita pedirle licencia. Sobre esto acostumbran armar fuertes pendencias y como todos llevan la razón en las manos, suele el baile acabar a cuchilladas.

Durante el baile salen algunas esclavas con fuentes de masa hecha de leche y miel, frascos de aguardiente y tabacos para fumar, que sirven a los circunstantes. Los que se cansan se echan a dormir en las hamaca o se entran al cuarto interior a las barbacoas, con más libertad y satisfacción de lo que conviene; otros se retiran a sus casas para volver otro día, porque estos bailes suelen durar toda una semana.

Cuando una cuadrilla se retira, otra viene, y así van alternando noche y día, haciendo viajes de dos a a tres leguas, sin otro objeto que el de ir al fandango, cuya música, canto y estrépito de patadas deja atolondrada por mucho tiempo la cabeza más robusta.


Son más generales y de mayor concurso estos bailes en tiempo de Pascuas, Carnestolendas, fiestas de los pueblos, o con motivo de alguna boda, cuya celebridad empieza dos meses antes. El nacimiento o muerte de algún niño también se celebra con bailes, que duran hasta que ya no puede sufrir el fetor del difunto, sin embargo que los preparan para que duren muchos días; estas fiestas corren por cuenta de los padrinos.

La circunstancia de compadres entre estos isleños, es un vínculo muy estrecho. Para un compadre nada hay reservado, goza de toda satisfacción y de entera libertad en las casas de sus compadres; dispone de su amistad y bienes, como de cosa propia. Si un hermano acompaña en la boda a otro hermano o hermana, tiene en la pila o confirmación a algún hijo suyo, no se nombran hermanos; el tratamiento de compadres es siempre preferido como más cariñoso y expresivo de su íntima amistad.

Al filo del poder:
subalternos
y dominantes en P.R.
1739-1910



NOTA:
El fraile benedictino fray Iñigo Abbad y Lasierra, natural de España, estuvo y recorrió la Isla entre 1771 a 1778. El manuscrito original de su "Historia geográfica, civil y Natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico" se encuentra en la Biblioteca Pública de Nueva York.



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